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Baños del Peñón

Mi abuelo materno nació en 1917 en la ciudad de México. Médico de profesión como su padre y su abuelo, tercero llevando a cuestas el mismo nombre y apellido. Religioso. Católico con particular fe en la virgen de Guadalupe. Cariñoso y tirano, amoroso y demoledor. Lleno de aficiones, obsesiones y manías de fácil contagio.
Siempre había algo, alguna actividad por la que se interesaba con fervor, podía ser la preparación de un alimento, algún tema de la historia, un edificio en particular, un lugar, un género musical, un objeto, algo. Se enfocaba en eso durante un periodo indefinido que podían ser semanas, meses o años. Después venía otra actividad y luego otra y otra más.
Recuerdo un periodo de tamales. Investigaba por todos lados, recolectaba recetas y todos comíamos tamales por un tiempo. Estaban además las actividades de temporada, las mermeladas de chabacano eran buenas.
A mediados de los años noventa una de las aficiones fue ir a los Baños Medicinales del Peñón. No recuerdo bien cuanto tiempo duró esa etapa, pero creo que fueron un par de años. En esa época aseguraba que las aguas del manantial del peñón eran el remedio para todos los males.
El peñón de los baños es un pequeño cerro que se encuentra a un costado del aeropuerto de la Ciudad de México. De las entrañas del cerrito brotan aguas termales y desde la época prehispánica en ese lugar hay unos baños. Pobladores de Tenochtitlán y Texcoco acudían a bañarse a esas cálidas aguas minerales con propiedades curativas, en el tiempo en que el cerro era mas bien un islote en el lago de Texcoco. Después de la conquista, las construcciones prehispánicas fueron destruidas y en su lugar construyeron templos católicos, pero el manantial y los baños continuaron. Ahora el manantial está en medio de la ciudad y los baños siguen ahí, en la calle Quetzalcoatl.
La obsesión de mi abuelo por los Baños del Peñón, al igual que la de los tamales y otras más, fue compartida por todos los que aceptamos alguna vez sus cordiales invitaciones.
Para acompañarlo se debían practicar una serie de rituales. Implicaba realizar actividades con instrucciones específicas, mas o menos de la siguiente manera: Hay que desayunar temprano un café con leche y unos huevos revueltos con tortilla, cebolla y chile. Desplazarse a los baños (tiempo ideal para que el cuerpo trabaje la digestión y no sufrir un espasmo en el agua). Al llegar al peñón lo mas importante es estar solo y reflexionar. Encuerarse, meterse al agua caliente y darle unos tragos (de la que sale directa del tubo, de la pileta, no). Permanecer en el agua hasta sentir que desfalleces, salir del agua con la vista nublada y la presión baja por la elevada temperatura. Tirarse en la cama, taparse bien y sudar dando los últimos estertores. Una vez que logras reponerte, hay que rasurarse utilizando el espejito que está sobre el lavabo (todos son diferentes), vestirse y pasar a la capilla colonial que ha quedado atrapada en medio de unas bellísimas construcciones modernas. Al salir te miras en el espejo grande para ver si estás bien arreglado.
En 1995 fui con mi abuelo a tomar un agradable y terapéutico baño al peñón. Ese día tomé algunas fotos con la cámara de mi abuelo, la fotografía fue otra de sus aficiones y un gusto que compartimos. Disfruté un momento de soledad, reflexioné, tuve estertores y me repuse.